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[VÍDEO] Mensaje del escritor Eduardo Lalo en la Asamblea del Colegio de Abogados 2016

A continuación publicamos para nuestros lectores el mensaje íntegro de Eduardo Lalo (escritor ganador de la edición XVIII del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos) en la Asamblea del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico ofrecido el sábado, 10 de septiembre de 2016:

 

Mensaje de Eduardo Lalo en la Asamblea del Colegio de Abogados 2016

Las asambleas, los encuentros, las conmemoraciones de fechas, las entregas de premios, se realizan en el marco de una celebración. Tienen, por tanto, mucho de rituales y ceremonias. Los asistentes se visten de cierta manera, desfilan y son divididos en una amplia sala por áreas y condiciones. Un pequeño grupo oficia el acto y otro mucho más amplio sigue los procedimientos con más o menos atención y anuencia. Siempre, al final, se busca, sino el entusiasmo, al menos alguna muestra de participación apreciativa. La ceremonia —la asamblea, el encuentro, la conmemoración— pretende insuflar energía y crear emociones. Sin embargo, es probable que al abandonar la sala el vigor desaparezca rápidamente. Seremos el mismo o la misma de antes, nada o muy poco habrá cambiado en nosotros al ser testigos pasivos de lo celebratorio.

Puerto Rico ha sufrido por muchas décadas una epidemia de celebraciones. En sí mismo no hay nada censurable en que abogados, médicos o maestros se convoquen a sí mismos y se agasajen. El conflicto surge, a mi juicio, cuando la celebración oculta los problemas verdaderos y acuciantes o, peor cuando el jolgorio de la entrega de pergaminos y la sucesión de saludos de presidentes, vicepresidentes, secretarios, subsecretarios, directores, subdirectores, tesoreros, vicetesoreros, importa más que la labor realizada.

La crisis de la deuda que atenaza a Puerto Rico tiene muchas causas, pero pienso que al menos una de ellas se relaciona con nuestra inclinacion por celebrar gestas dudosas o, incluso, inexistentes. Por décadas, políticos, banqueros, cooperativistas, asociaciones profesionales, se han congregado en actos de autocomplacencia en los que importaba más comunicar lo que parecía haberse logrado que lo que verdaderamente se había hecho o estaba aconteciendo. En ellos se podían vivir con voluptuosidad los rituales de nuestra mitología de desarrollo económico y acumulacion de riqueza. Líderes que en muchos casos demostraban precarias formaciones culturales y profesionales, presidían insignes reuniones en las que lo que importaba verdaderamente no era lo que les convocaba sino la caza de relaciones «útiles». Por muchas décadas, confundimos el asociacionismo intramural rayano, cuando no pasado a la ilegalidad, y el dinero oculto, el ingreso obtenido gracias a la complicidad mutuamente beneficiosa entre profesionales, con la salud y el desarrollo económico del país. Fue una apuesta irresponsable a favor de la inconsciencia.

Estas prácticas han llevado recientemente a unos cuantos al Tribunal y a la cárcel. Todo indica que llevarán pronto a otros, como también hay indicios de que varios cabecillas, pro hombres y mujeres de nuestra sociedad, seguirán disfrutando de una inmunidad, bien armada en cónclaves como este y en grandes y lujosas oficinas, que aparentemente es vitalicia.

La clase política agrupada en dos partidos, la clase empresarial asociada a ellos, la clase profesional que actuó como intermediaria y cliente, no son meras comparsas de la crisis. Forman parte destacada del elenco que en muchos casos se beneficia de un anonimato total o parcial.

Ahora, cuando ya han sido nombrados los miembros de la Junta que lleva el cínico acrónimo de PROMESA, no debe ser el momento de ponernos vendas en los ojos. En lugares y actividades como estos, en asambleas de contadores públicos, médicos, contratistas, ingenieros y abogados, en las que se escucharon discursos encantadores, llenos de compañerismo, buenas intenciones, decencia, y que culminaron en un gran ágape celebratorio, se fragüe una porción sustancial de la crisis. Por muchos años sus causas fueron desarrollándose en una suerte de inocencia política arcádica. Sus participantes no se asociaron al conocido mito americano del buen salvaje, pero sí estuvieron convencidos del mito criollo del buen profesional. Hijos del Estado Libre Asociado, muchos creyeron ingenuamente en los ángeles de la época: la firme y conveniente relación con Estados Unidos, la perpetuidad de las ayudas sociales y la paridad y crecimiento de los programas federales. A estos flujos de caja dirigieron muchas veces las golosas estrategias de su empresarismo y sus servicios. Cualquiera que cuestionara o se opusiera a estas certezas, a estos actos de fe obligatoria, era marginado y ridiculizado, siendo relegado con grandilocuencia a un gueto reservado a las ayes que portan malos augurios.

En el juicio que se celebra ahora contra el empresario Anaudi Hernández hemos podido ver imágenes que demandan una relectura. Fotos de la mansión frente al mar, fotos de las fiestas: grupos de amigos y relaciones profesionales y políticas que han dejado por una vez las corbatas y los pañuelos de seda y sonríen, enardecidos por las copas, vestidos de sport. Hay sirvientes uniformados y micrófonos, hay orquestas y buffets, hay un palco reservado en un coliseo para un cumpleaños privado, un concierto y una lista de manjares y bebidas comprada por La Fortaleza. Hay un deseo constante que se manifiesta aquí y que nos ha acompañado por tiempo incalculable: henchir la cuenta bancaria, acumular en la sombra dinero y propiedades para reiteradamente poder tirar la casa por la ventana organizando potlatches con lechones a la vara, caviar y botellones de whiskey.

La crisis de la deuda es también una deuda de inteligencia y cultura: la confusión de poder permitirse fiestas de alta sociedad con la economía de la sociedad. Esta equivocación, esta falacia que pretende que el desarrollo económico se expresa en actos de apropiación y acumulación personales, es lo que en tiempos recientes se ha venido abajo y lo que nos ha llevado a todos a estar bajo escombros.

En este momento de mi lectura, a pesar de que me siento muy honrado y feliz de haber sido invitado a esta Asamblea del Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico y que estoy muy agradecido a su Presidente y Junta de Directores por haberlo hecho, debe estar claro que no vengo a celebrar nada. En su lugar vengo a proponerles, no una política, sino una poética de la palabra. Esta emplea las palabras no como certezas, sino como dudas y estas, a su vez, procuran producir desazón, porque conocen que la política (y no la poética) de las palabras es con demasiada frecuencia un ejercicio de la impostura y la falsificación. La poética de la palabra procura producir pensamiento y pensar significa ir en contra de las creencias. Los actos de pensamiento buscan redefinir la frontera de lo que conocemos y llevarnos a un territorio incierto y penumbroso en el que por cortos instantes todo se ilumina. El pensamiento no nos hace poseedores de nada, pero nos permite conocer un camino, el que nos lleva a dudar de las certezas del mundo. Es una senda ardua, pero también gozosa. Infunde una felicidad solitaria que permite vivir con agilidad e independencia en un mundo falso, injusto y cruel.

El no-pensamiento, la política, y no la poética de la palabra, nos han traído PROMESA, cuyo nombre mismo es muestra patente del uso político, es decir manipulado, de los vocablos. Si se va al portal cibernético del Congreso estadounidense, encontramos lo que representa cada letra del acrónimo: «Puerto Rico Oversight, Management, and Stability Act or PROMESA». Así exactamente lee el encabezado. «Oversight» significa mirar por encima del hombro. Repta aquí la supervisión infantilizadora del «maestro»; «management» es administración, en otras palabras, la capacidad de tomar decisiones. «Economic Stability» es una imposibilidad lógica, una contradicción manifiesta, pues no existe estabilidad o homeostasis en los flujos dinámicos de lo económico. El último término es, por tanto, una trampa conceptual y el sonido de sus vocablos equivale a la treta del cazador que imita con onomatopeyas el llamado a su presa. «Or PROMESA» lleva la palabra vacía al paroxismo cínico. La expresión, probablemente ideada por un viciado y bilingüe relacionista público, equivale al obsequioso silencio que la Iglesia otorgaba a aquellos que decidía no llevar directamente a la hoguera. ¿Qué promete PROMESA si no entrega nada, si no establece entre partes pacto alguno, si no reconoce interlocutores? ¿Qué se puede prometer, si no hay intercambio?

Se dice que una porción no desdeñable de nuestra ciudadanía celebra la llegada de PROMESA. Múltiples asociaciones de profesionales luchan en este instante por ubicarse preferencialmente para obtener contratos, para hacer leña con el árbol caído. Es una demostración más de lo que ha llevado a tantos a confundir la cuenta bancaria personal con el desarrollo de una sociedad.

Podemos imaginar a banqueros, políticos, asesores, cabilderos y también, indudablemente, abogados, reuniéndose ahora en alguna mansión similar a la de Anaudi Hernández. Solamente los rostros (o quién sabe si ni siquiera esto) cambiarían en las fotos. El menú, los licores, la ropa sport, serían fundamentalmente los mismos. Su celebración anticipatoria no beneficia ni le pertenece al pueblo de Puerto Rico.

Si un día nos aguarda la victoria, será cuando logremos construir un futuro siguiendo otros esquemas, otros modos de actuar; cuando tomemos distancias de la lógica del contrato logrado en exclusividad, sin importar los medios empleados y las consecuencias para el conjunto de la sociedad.

Recientemente he visto un documental sobre la historia del Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico. Dirigido y producido por Luis Rosario Albert, en él distinguidos practicantes de la profesión legal pertenecientes a varias generaciones, destacan momentos importantes en la trayectoria de una institución que se encamina a cumplir su segundo siglo de existencia. Seguramente, algunos de los rostros que vi en la pantalla, están hoy aquí entre el público. Les vi relatar cómo el Colegio defendió el uso del español en los Tribunales, como asistió a los soldados del Regimiento 65 de Infantería, cómo un Presidente del Colegio habló en 1963 en Washington, en la inmensa e histórica concentración dirigida por Martin Luther King a favor de los Derechos Civiles. Vi a abogados y abogadas describir los compromisos del Colegio en la lucha contra la Marina de Guerra estadounidense en Culebra y Vieques, los vi rememorar el desenmascaramiento de los asesinatos del Cerro Maravilla y su presencia defensora y valiente en las huelgas de la Universidad y del Movimiento Obrero.

El documental tiene un título apropiado y hermoso:Justicia necesaria. Es apropiado porque la justicia no es un estado común. La norma es la hegemonía de su contrario y, por tanto, para obtenerla, aunque sólo sea parcialmente, se debe luchar contra los monolitos que pueden ser perfectamente legales y, sin embargo, sancionan y protegen lo injusto. Es hermoso, porque en el afán de abogadas y abogados se encuentra una esperanza en la que se puede vislumbrar, por fin, una celebración que no sea protocolar, asfixiada por retóricas vacías y finas telas, sino una diferente que conmueva a una comunidad y la lleve a abrazarse.

Hoy, quizá más que nunca en nuestra historia, con los siete miembros de la Junta PROMESA armados con un poder avasallador que será usado para empobrecernos aún más, para exilar a más, para hundir en la desesperanza a más, toda la sociedad puertorriqueña merece la justicia necesaria. Con una firma del Presidente de Estados Unidos todos los puertorriqueños nos hemos convertido en el 65 de Infantería, en los obreros y estudiantes macaneados, en las tierras y comunidades abusadas de Culebra y Vieques, en mujeres discriminadas, en víctimas del racismo, en los asesinatos del Cerro Maravilla, en los que escuchaban desposeídos a Desmond Tutu o a Martin Luther King. Todos, absolutamente todos, necesitamos y necesitaremos justicia.

Hasta este día aciago no nos trajo la justicia sino la injusticia, no nos trajo hasta el presente la libertad sino el colonialismo, no creó esta coyuntura histórica nuestro pueblo sino aquellos que confundieron su afán’ de lucro con el desarrollo colectivo. Esto que tenemos hoy no es lo que provocó la inmensa mayoría de los puertorriqueños, sino el resultado de los abusos e irresponsabilidades públicas de políticos, empresarios, profesionales y sus colaboradores de San Juan y Washington, que solo han percibido a Puerto Rico como un espacio de explotación, lucro y exportación de riqueza.

He dicho, en otras ocasiones, que Puerto Rico no existiría sin su Universidad. En sus aulas y bibliotecas, es posible vislumbrar otro país que el que nos ha tocado, que el que desde los poderes que imperan se nos ha impuesto. Sin embargo, he cometido, al ensalzar únicamente a la Universidad, una injusticia. Esta mañana, en la que estoy ante ustedes, parece apta para corregirme, afirmando que también es imposible imaginar la existencia de Puerto Rico sin la presencia del Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico.

Se que el Colegio atraviesa momentos difíciles, así que quisiera preguntar al Lic. Marc Anthony Bimbela, actual presidente de esta institución, si la Constitución, los Reglamentos, las Leyes y demás vainas permitirían que un no abogado como yo pagara su cuota de membresía al Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico. Pienso que no es mala idea que entre tanto lector de textos con la palabra versus haya al menos uno que nunca utiliza esta palabra, que entre tanta escritura de concreto armado haya alguien que abre espacios de libertad y silencio entre los párrafos.

Con esta propuesta no pretendo ganarme su simpatía u obtener su sonrisa o aplauso. Mi propósito es mostrar un principio ético ante el tiempo terrible que viviremos. Solo tenemos una alternativa: la construcción de un proyecto común. Espero que mi gesto, de ser aceptado, muestre el poder del vínculo y necesidad de la solidaridad.

En el exterior de esta sala permanece el colonialismo de siempre, la incompetencia, la incultura, el oportunismo, la politiquería, de los de siempre. Pero Puerto Rico no es solamente eso ni solamente esos. Puedo decir que mi existencia ha transcurrido entre gente que no era así, entre los que han trabajado al margen de estos estupros. Los vi sacrificar sus vidas sin sacrificar la dignidad de sus vidas. Si tengo algo que decir es porque vi muchas veces cómo ellos hablaban y actuaban.

Queridos amigos, queridos compañeros y compañeras de este Colegio, todo se pondra peor de lo que hemos podido imaginar hasta ahora. La historia no permite más escapatorias ni más mediastintas. En cinco siglos hemos padecido dos conquistas, dos colonizaciones, el genocidio, la esclavitud, el racismo, la discriminación de la mujer, de las sexualidades y toda suerte de opresiones económicas y políticas. Nunca hemos podido poseer como colectivo la tierra que pisamos. Hemos vivido generación tras generación recibiendo la burla, el prejuicio y el menosprecio. Sin embargo, hemos sobrevivido, si algo demuestra esto es la extraordinaria capacidad de resistencia de nuestro pueblo. Pero ahora no basta resistir, porque estamos obligados a erigir una alternativa y hacerla valer ante la Junta. Todos, ya absolutamente todos, requerimos la justicia necesaria. Es el momento de la unión de instituciones y fuerzas, de la pérdida del miedo. Debe ser una época de desprendimiento y generosidad.

Por demasiado tiempo hemos estado a la merced de la política de las palabras, por ella se nos ha ocultado la debilidad, la inconsecuencia, incluso la inexistencia de nuestro poder. Vemos a presidentes de Estados Unidos y a políticos puertorriqueños referirse a nosotros como «ciudadanos estadounidenses residentes en Puerto Rico», como si fuéramos emigrantes en nuestro propio país, como si fuéramos expatriados, como si no existiera una nacionalidad puertorriqueña y, por ende, una condición política propia e inalienable. No vale decir que esa formulación es legalmente exacta, porque habría que añadir también, para completar el cuadro, que el dominio colonial estadounidense en Puerto Rico es legalmente exacto y, por esto mismo, legalmente inaceptable. No vale decir que esto es lo quieren los puertorriqueños, porque la decisión nunca ha sido ni será nuestra mientras no se nos considere entes políticos diferenciados de la nacionalidad estadounidense y ejerzamos en esa o cualquier otra decisión un acto de libertad soberana.

Hemos vivido en un laberinto de palabras vanas e inservibles, que más que iluminar, opacan la realidad. Hemos sufrido desde un tiempo inmemorial el uso político y «legal» de las palabras y esta práctica ha servido para dividirnos en tribus, aislarnos del mundo, infantilizarnos a perpetuidad; para que otros nos dominen sabiendo que, en este estado de cosas, nuestras razones nunca tendran «base legal». Esta es la definicion misma de la indefensión política, de la invisibilización como mecanismo de dominio, de la palabra política como estrategia para permitirse una sordera voluntaria e imperial. Por esto mismo es que, a pesar del clamor de nuestro pueblo y de múltiples instituciones de nuestro país y el mundo, entre las que se destaca el Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico, Oscar López Rivera permanece en prisión luego de 35 años. El mundo de la palabra política del poder colonial no tiene conceptos para entender su predicamento, porque en Washington la palabra política no reconoce colonias ni invasiones militares y ve a Juntas como PROMESA como técnicos actos de apoyo. Pero Oscar López Rivera permanece encarcelado un tiempo injusto y nuestros reclamos quedan desoídos, porque no se ve que tanto el primero como nosotros, surgimos de una historia en la que se nos niega cada día, año a año, década a década, la posibilidad de ser reconocidos como puertorriqueños.

Todo un sector político, profesional y económico, tanto aquí como en Estados Unidos, ha medrado de esta situación y se ha hecho cómplice de ella. Ellos son los máximos responsables de nuestro empobrecimiento, de la emigración inevitable de miles de compatriotas, de la ruina de nuestro país.

Ante esto, reivindico la poética de la palabra, la palabra que sabe que la ley no es más que una palabra y que las palabras mienten y esconden y tergiversan y benefician y castigan, pero que también liberan. Opongamos otras palabras a las palabras que nos han impuesto, practiquemos la poética de la palabra aunque seamos abogados, comerciantes, médicos o maestros. No se trata de hacer versos, se trata de oponer la inteligencia y la cultura a la manipulación, la ignorancia y la barbarie.

Hace pocas semanas, durante las Olimpiadas, vimos lo que es una celebración verdadera. No las protocolares, no las que tienen cortes de cintas y entrega de diplomas, sino las que llevan el cuerpo a dar saltos y los cuerpos a abrazarse, las que provocan un llanto colectivo en el que se mezclan en partes iguales el dolor del pasado y la felicidad del presente. Sin embargo, hay una lección en esta historian Esa celebración de cuerpo y pueblo entero solo fue posible luego del esfuerzo de la victoria. No tenemos otro camino que este, el que nos lleva a una victoria necesaria. Pronto, estoy seguro, la Junta de la mal llamada PROMESA nos demostrará que no hay otra alternativa. A esa PROMESA sin intercambios ni interlocutores, sin don alguno, habrá que oponerle el camino de la reformulación, la reconstrucción y la unidad. El camino a la victoria necesaria nos llevará a la justicia necesaria.