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De las cosas que no nos dicen en la Facultad

Por el Lcdo. Donald R. Milán Guindín

 

José y Héctor –que hacía algún tiempo no se veían– se encontraron en la fila del correo y dentro de su conversación surgieron las siguientes líneas:

José – ¿Qué hay de la vida de aquel abogado bien buena gente? El que tenía oficina cerca de tu casa.

Héctor – Lo mataron.

José (algo sorprendido) – ¿Lo mataron? ¿Quién? ¿Cuándo fue eso?

Héctor – Lo apuñalaron y le sacaron toda la sangre de su cuerpo.

José (ahora, en tono muy alarmado) – ¿Pero quién le hizo eso? Era tremendo tipo, un caballero, gran abogado, le resolvía los problemas a todo el mundo…

Héctor (en tono muy pausado) – Los clientes. Los clientes que no le pagaban, que no eran responsables con él. Le consumieron su vida, sus energías.

José (medio confundido) – ¡Ah! ¿Pero eso es un chiste? ¡De mal gusto! ¡No murió entonces!

Héctor (muy calmado) – Casi muere. Uno lo veía caminando por ahí sin ánimo.

José – ¿Y por qué no se dedicó a otra cosa?

Héctor – Decía que su profesión era la más linda de todas.

Lo anterior es parte de un libro que me propongo algún día terminar y publicar. Lo comparto con el amigo lector debido al aumento de expresiones, en tono de preocupación, de muchos compañeros sumamente competentes que están considerando cerrar sus oficinas y dedicarse a otras cosas.

La realidad es que esta profesión agota física y mentalmente a quien la ejerce, al grado que puede afectar severamente la salud. El factor principal: los clientes no pagan. Habrá quien diga para demostrar que recibe grandes cantidades de dinero, que en ocasiones pongo en duda; siempre contrato por escrito con mis clientes, le cobro por adelantado, le facturo por hora, no me pagan le renuncio, no me pagan comienzo a faltar, o no me pagan los demando. Al final del día, señores abogados, su cliente no les pagó. Ya conocen lo que ha dicho nuestro Tribunal Supremo, “…la profesión legal es parte de la administración de la justicia y no un mero negocio con fines de lucro” [In re Merced Montañez, 164 DPR 678 (2005)]. He llegado a pensar que esa frase la entienden mejor los clientes que los propios abogados. En fin, ¿cómo resolvemos este problema? El asunto de valorar, facturar y cobrar por el trabajo que uno hace, al igual que otros asuntos esenciales, no lo enseñan en la Facultad de Derecho. A mi entender, vienen obligados a hacerlo.

Culturalmente las personas no reconocen la obligación de pagarle a un abogado por la consulta inicial como tampoco por muchos servicios. Igualmente, consideran que los abogados buenos son los que hacen escándalos en la corte, presentan escritos extensos, visten ropa cara y conducen carros costosos. Si se hace lo contrario el trabajo no vale, ese es el pensar general.

Nuestra profesión –como norma general– no admite errores como tampoco dejadez. Aún cuando a quien representemos no cumpla con su parte del acuerdo en cuanto al pago de honorarios, el abogado debe presentar los escritos oportunamente, acudir al Tribunal y litigar el caso.

Se habla en la prensa del éxodo de profesionales, sepa el amigo lector que muchos abogados –de todas las edades– han abandonado el país y otros, su práctica. ¿Cuál puede ser la alternativa? Se me ocurren algunas: (1) evaluemos nuestros gastos: alguno de ellos puede eliminarse o reducirse; (2) ajustemos los precios de nuestros servicios al cliente: no todos los clientes pueden pagar lo mismo por hora y si ajustamos la tarifa podemos asegurar el pago; (3) rechacemos los malos clientes: en ocasiones identificamos rasgos durante la entrevista inicial que nos indican que el cliente es mala paga, si es así no aceptemos el caso; y (4) utilicemos la tecnología: mucho se puede hacer desde una computadora y un celular, y de forma más económica. Añado para concluir: seamos honestos con nosotros mismos y los demás. Seamos genuinos. No tenemos que andar quejándonos pero tampoco presumiendo. Discutamos el tema con otros compañeros, escuchemos sus alternativas y exploremos, incluso, la posibilidad de crear cooperativas de abogados, porque ciertamente esta es la profesión más linda.