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Por un Derecho de la escucha y la proximidad, el juez asociado Luis Estrella conversa sobre Derecho y Justicia

Por: Érika Fontánez Torres, Catedrática de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico (Original para el blog Derecho al derecho)

En un ensayo reciente, el filósofo catalán Josep María Esquirol, se pregunta cuál es la mejor cura para “las enfermedades degenerativas de las palabras” (Esquirol, 2015, p. 152). Entre varias posibles respuestas, el filósofo destaca la escucha y la proximidad. Ayer, en uno de los momentos más significativos desde que entré a formar parte del mundo jurídico, recordé con intensidad el ensayo y las preguntas de Esquirol. Pocas veces, por no decir prácticamente nunca, una tiene la oportunidad de presenciar un encuentro de proximidad y de escucha tan significativo como el que tuvimos ayer, en el que coincidimos diversos operadores del mundo jurídico con aquellas que están y son “sujetas” a su vez de éste.

El Juez Asociado del Tribunal Supremo de Puerto Rico, Luis F. Estrella Martínez aceptó nuestra invitación al curso Derecho Penitenciario y Justicia Criminal que ofrecemos en el Complejo Penitenciario de Mujeres de Bayamón y que incluye 15 estudiantes de allí y 10 estudiantes de la Escuela de Derecho UPR. La iniciativa forma parte del Proyecto Piloto de la UPR-Departamento de Corrección y Rehabilitación. Además, el Juez, que acaba de publicar su libro Acceso a la Justicia, les llevó a las estudiantes confinadas un ejemplar para su biblioteca, que fue recibido también por el Secretario de Corrección, el licenciado Eric Rolón. Luego de eso, el Juez Asociado procedió a dirigir un conversatorio con los y las estudiantes –en el que éstas participaron bien activamente- y como parte del curso organizó un ejercicio grupal extraordinario en el que dividió a las y los estudiantes en grupos de tres, les presentó unos hechos hipotéticos que debían considerar como panel de jueces para luego deliberar y adjudicar y posteriormente explicar el voto mayoritario y, en los casos en que había, el voto disidente. Se trató de un ejercicio de valor excepcional –no solo por el tema, que dio pie a una interesante discusión- sino porque propició la integración de los grupos de estudiantes y el intercambio de argumentos y perspectivas, lo que sirvió de antesala para una conversación profunda sobre la relación entre lo legal y lo justo.

Pero vuelvo al momento en que recordé las preguntas de Esquirol sobre “la cura” para la degeneración de las palabras: el Juez Estrella les hablaba a las y los estudiantes sobre lo jurídico y les comentaba con profundidad el problema que implica para el Derecho que las palabras, en específico, los conceptos jurídicos, vayan a parar al “cementerio de las palabras”. Pensaba yo precisamente en el mundo que enfrentamos hoy día, un mundo en el que las palabras han perdido su peso y se han degenerado, y no solo las jurídicas, pero ellas también, sin duda. No se puede lograr justicia así y mientras más palabras vacías de contenido en ese cementerio de palabras, más lejos estará el Derecho de la Justicia, explicaba el Juez como parte de la conversación y problematización de los términos “derecho” y “justicia”. Y acto seguido ocurrió para mí uno de los momentos más significativos, ese en el que se materializó la posible cura, es decir, el momento de la escucha y la posibilidad de mayor proximidad que propone Esquirol. La estudiante confinada Sandra Rosado, pidió la palabra. Preguntó (con toda la seriedad y solemnidad que merecía su intervención) lo siguiente: “¿Y qué pasa cuando esa palabra que ya no tiene significado es la palabra “rehabilitación”? Para mí la palabra “rehabilitación” no tiene ningún significado. En el encierro y en la cárcel no existe la rehabilitación. Aquí nosotras no podemos rehabilitarnos”. Entonces llegó un silencio profundo y todas y todos los que estábamos allí, recibimos sus palabras con todo el peso que se requiere; acaso solo para escucharlas y pensarlas y, en silencio, acogerlas con fuerza. Pienso que solo a partir de algo así es que es posible la escucha y la proximidad. Quiero pensar que para los que estuvimos allí, todavía las palabras de Sandra resuenan.

Así que la pregunta que luego de ese silencio profundo y en más de una ocasión nos lanzaba el Juez Asociado Estrella, fue ¿qué tendríamos que hacer los y las operadoras jurídicas –incluyéndose él como Juez- para darle materialidad a las palabras, a las doctrinas, a los derechos y a los conceptos jurídicos para que no vayan a parar al “cementerio de las palabras”, para que haya mayor proximidad entre Justicia y Derecho? No es una pregunta fácil pero tampoco es retórica; es abierta, pero no por eso incontestable, requiere pensamiento y compromiso. Creo que plantearnos esa pregunta fue también un gran saldo provocado por la actividad de ayer.

Todo esto (y todavía más pues nos mantenemos reflexionando sobre la experiencia) ocurrió en ese encuentro sin precedentes en el que sostuvimos una conversación por prácticamente tres horas, facilitada por el Juez Asociado Estrella Martínez, sobre el acceso a la justicia (o la falta de en el caso de sectores vulnerables como las confinadas), la justicia social y su vínculo con el Derecho, la jurisprudencia (comentamos, por ejemplo, la ausencia de jurisprudencia que atienda las especificidades de las mujeres privadas de libertad), las metodologías de adjudicación de los jueces, conceptos como la “deferencia judicial” y discriminación por condición social, temas de sociología y justicia criminal y aspectos constitucionales como el derecho a la rehabilitación y la dignidad del ser humano. Claro está, todo con el beneficio de contar con la perspectiva de un Juez Asociado del Tribunal Supremo pero sin que éste tuviera que aludir en ningún momento a su opinión como juez sobre un tema o asunto específico o caso en particular.

En resumen, fue una experiencia privilegiada que esperamos que podamos replicar y que con ella se abran a su vez otras puertas y quehaceres desde la plataforma de la educación jurídica y que la desborden. Aprovecho para agradecer tanto al Juez Asociado Luis F. Estrella Martínez por la visita, su tiempo, el libro, la conversación y la dinámica que generó -lo que ya de por sí marca una pauta importantísima- pero también a las y los oficiales del Departamento de Corrección y en especial al personal del Complejo de Mujeres de Bayamón porque desde el inicio cuando presentamos la idea nos facilitaron y apoyaron para que la actividad fuera posible.

Como dije al comienzo, lo más significativo de la actividad fue ese encuentro entre quienes formamos parte de la Universidad y del mundo de la educación jurídica -profesoras y estudiantes futuros juristas- las estudiantes confinadas en Bayamón y un Juez asociado del Tribunal Supremo de Puerto Rico dispuesto a mirar de cerca y a entender los contextos que se le presentan sin por ello renunciar a la premisa de imparcialidad. Esto, sin duda, abre las posibilidades de aproximarnos para escucharnos, entendernos, intercambiar perspectivas, pensar y (re)pensar nuestros lugares en el mundo. Para las estudiantes todas, las de Bayamón, de quienes aprendemos tanto en cada clase, y para los y las de la Escuela de Derecho, quienes han acogido esta experiencia formativa con compromiso y dedicación, la actividad de ayer fue bien significativa así como la participación en el Proyecto Piloto en general. En la entrada anterior compartí la entrevista hecha a las estudiantes confinadas y aquí comparto las perspectivas de dos estudiantes de la Escuela de Derecho:

Natalia Santiago: “Ser parte del programa piloto de la UPR en dónde las profesoras Érika Fontánez, Ana Matanzo y mis compañeros tenemos la oportunidad de visitar el Centro de Rehabilitación de Mujeres en Bayamón e impartir clases de Derecho ha sido una experiencia inigualable. He aprendido que el Derecho sustantivo que leemos y recitamos a diario no es tan accesible como aparenta, ni tan justo como debería ser. Es hora de que nuestra sociedad avance, y en vez de juzgar a los confinados por los delitos cometidos, los juzguen por su deseo de rehabilitarse, porque en vez cumplir una sentencia impuesta por el Tribunal, los estamos haciendo cumplir una sentencia de por vida al no ver la persona, sino el ex-confinado”.

Marcel García: “Para mi esto representa una experiencia única que todo estudiante de derecho interesado en el Derecho Penal debe tener antes de entrar a la profesión. No solo ayuda a sensibilizarnos con nuestras hermanas confinadas, a entender que son tan humanas e iguales que nosotros, esta experiencia también nos ayuda a entender más sobre el sistema correccional desde una perspectiva distinta que sobrepasa las barreras de la Escuela de Derecho. La actividad de ayer representa un hito histórico para este país, y solamente puedo confiar que es el comienzo de grandes cambios para la rehabilitación de mis hermanas confinadas. Llegué a este programa creyendo poder dar cátedra a las confinadas, y poco después comprendí lo que equivocado que estaba. ¡Muchas gracias hermanas!”

Para nosotras las profesoras (Ana Matanzo y quien escribe), esta experiencia nos reafirma el valor de explorar las maneras pluridimensionales de un quehacer universitario público comprometido, con una ética educativa y jurídica clara, y con “resultados” que desbordan lo puramente cuantificable, es decir, el compromiso con un quehacer universitario y educativo cuyo valor está precisamente en lo inaprehensible.

Referencias:

Esquirol, Josep María. La resistencia íntima: Ensayo de una filosofía de la proximidad. Barcelona: Acantilado, 2015.